OCULTAMIENTO Y MENTIRA
¿Es lo mismo? ¿Acaso callar es mentir? ¿Por qué necesitamos ocultar o bien mentir a otro? ¿También nos mentimos a nosotros mismos?
Algunos relatos descriptos desde la Torá (Pentateuco), nos demuestran la vulnerabilidad del ser humano y el don de la palabra.
En relación a la mentira y el engaño, logramos visualizarlo en la familia de Itzjak (Isaac). Ellos tenían hijos mellizos. Como suele ocurrir en todos los tiempos, cada progenitor tenía más ¿sensibilidad? por uno de ellos. Reconocer las preferencias duele, pero no deja de ser cierto. El relato, ubicado en el libro de Génesis, puede ser leído simple y llanamente. En esta familia, Rivká (Rebeca), es la que toma una crucial decisión: engañar a su marido en pos de su hijo amado, Iaacov (Jacobo). Era él quien debía recibir la bendición principal del padre. Iaacov, por su parte, aunque duda, lo lleva a cabo. ¿Por qué Rivká prefirió el engaño y la mentira, en lugar del diálogo? ¿Acaso su marido habrá sido testarudo, rígido, y no habría de entender su opinión? ¿Por qué no recurrió, simplemente, al diálogo abierto con él?
El segundo relato, paradójicamente, le ocurrió a este hijo, Iaacov, el cual luego, en su elección matrimonial, debe padecer de un suegro “oscuro y misterioso” –Laván- que lo engaña haciendo promesas que no llega a cumplir luego.
El tercer relato será de uno de los hijos que tendrá Iaacov, Iosef (José), quien parecía gozar de todos los privilegios otorgados por su padre, por encima de sus otros 12 hermanos. Ellos, un día, no toleraron más su aparente soberbia y la preferencia que su padre hacía para con él. Entonces decidieron venderlo a los comerciantes de Egipto, y engañar a su padre diciéndole que un animal feroz había devorado a Iosef.
Qué trágico es el don de la palabra en el humano. Pareciera que es más fácil engañar al otro que afrontarlo con verdades.
Ahora bien. ¿Por qué mentir u ocultar y callar?
Desde uno mismo, quizás a modo de protección narcisística, evitamos mayores complejidades que se lleguen a desplegar.
El temor a ser rechazado, denegado, criticado, marcado con prejuicios, hace a uno de los pivotes del tema.
Paralelamente, seleccionando qué decir y qué no decir, lograríamos mantener una determinada imagen ante el otro, y nos resguardaríamos así, de quedar “en falta” ante el otro.
El mayor problema, en realidad, es cuando todo ello terminamos creyéndolo, dejando de incomodarnos por dicha forma de conducta.
La verdad implica tomar responsabilidad, asumir las consecuencias de nuestra intervención. Implica un compromiso con lo legítimo que es nuestra capacidad de elección.
Pero entonces, ¿No existe la “mentira piadosa”? ¿Está mal callar o evaluar cuándo y qué decir ante cada ser?
Por supuesto que no. Nuestra capacidad intelectual, nuestro razoncinio, nos posibilita evaluar adecuadamente, midiendo las posibles consecuencias que nuestros actos o nuestras palabras podrían llegar a desencadenar a posteriori.
Somos seres humanos creados con todas las capacidades y herramientas para poder medir nuestros actos. Muchas veces, sencillamente olvidamos utilizarlas con criterio.
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